¿Qué te hace pensar que no estoy interesado en ti?
Todo lo que hago, digo y pienso, lo dejan al descubierto sin poder yo
controlarlo. Esas palabras hacían eco en mi cabeza,
las escuchaba una y otra vez. La sonrisa en mi cara era imborrable, como un
tatuaje.
—Tierra
llamando a Eli –Oí una voz de fondo, que me sacó de mis cavilaciones. Me giré,
haciendo rodar la silla del despacho, para enfrentar a Ana, con una sonrisa
curiosa y expectante en la cara, esperando a que yo me explicara.
—Perdón Ana
estaba perdida en mis pensamientos –Dije a la vez que volvía a perder la mirada
en la nada. Recordando la cercanía de ese hombre que ha tomado completo control
de mi cuerpo y mente.
—Ya lo veo,
ya. Cuenta –Contestó ella, mirándome acusatoriamente. Se lo conté todo,
poniendo especial atención a la frase final. Cuando hube acabado, me levantó y
se puso a saltar. Yo sin poder evitarlo, salté con ella, mostrando por primera
vez en dos días, la emoción retenida. Soltamos algún que otro grito, provocando
miradas de la gente que pasaba por delante del despacho. Por desgracia, una de
esas personas era el Ojo que me derrito. Al no estar solo, Quim estaba con él,
simplemente sonrió en mi dirección a la vez que me guiñaba un ojo. Solté una
risita nerviosa, devolviéndole la sonrisa. Dios
mío, ¿Por qué me hace esto? Al verlo, me dan ganas de correr hacia él, esto no
puede ser bueno.
—Otra vez,
tierra llamado a Eli –Oí a Ana decir, con una sonrisa, con envidia clara en su
cara.
—Perdón, otra
vez, no puedo evitarlo –La miré avergonzada.
—Oye, que
guapa estás hoy, por alguna razón creo saber a quién pretendes impresionar –Me
acusó ella, mirándome de arriba abajo – ¿Este mediodía, vamos a ir a comer
juntas, a ver si te mira tanto como ayer? –Añadió ella, pensativamente.
—Si apenas son
las 11 de la mañana, aparte no sé si podré ir a comer hoy, tengo muchas cosas
que hacer. Hay una reunión de padres y tengo que saber quién viene. Muchos
mails pendientes y llamadas, te aviso si sé algo, ¿sí? –Le dije, un poco
triste, al pensar que no podré comer con ella.
—De acuerdo,
haz lo que tengas que hacer, pero por favor rápido. No quiero comer sola
–Contestó ella, con cara de cachorrito.
—No me mires
así, lo haré lo más rápido que pueda –Solté. Dos segundos después de mi
respuesta, oí el teléfono sonar. La miré pidiéndole perdón, indicándole que
debía contestar. Ella salió del despacho, con cara triste, pero se le veía
debajo que estaba tan emocionada como yo, con lo referente a Erik. Cogí el
teléfono y lo coloqué en mi oreja.
—Elizabeth,
hay una niña aquí en recepción que tiene que ser llevada a su respectivo grupo.
¿Te importa pasar a buscarla? –Tan pronto como oí la voz de la secretaria del
colegio pedírmelo, me levanté de la silla.
—Sí, de
acuerdo. Voy para allá –Contesté rápido, luego colgando suavemente el teléfono.
Mientras subía
las escaleras, estaba pensando en él, para variar. Esperando poder cruzarme con
él, accidentalmente de nuevo. Pero ya hubiera sido demasiado pedir. Este hombre está tomando control sobre mí, y
eso me aterra. Porque sin darme cuenta, estoy demasiado apegada a él. Soy muy
enamoradiza, lo sé. Eso no es bueno, porque la mayoría de las veces, acabo con
el corazón roto. Espero que esta sea diferente.
Cuando llegué
a la recepción, me encontré con una niña pequeña rubia. Al verme, corrió hacia
mí y la levanté del suelo, sin ningún esfuerzo.
— ¡Eli!
–Chilló ella, cuando la levanté del suelo. La coloqué entre mis brazos, y me la
llevé. Era la hija del director, me la había encontrado anteriormente durante
el año escolar.
Cuando
cruzamos las puertas, para dirigirnos a las clases donde estaba el grupo del
campus de inglés, se me soltó de los brazos y se dirigió hacia su clase,
dándome un beso en la mejilla antes de irse.
Relajada, bajé
las escaleras, en mi mundo de nuevo. Cuando giré la esquina que daba al
despacho, me quedé petrificada. Allí, en el marco de la puerta, había un Dios.
Un Dios apoyado allí de lo más natural, esperando a algo, o alguien. Cuando me
vio, se le iluminó la cara.
—Hola,
Princesa. Te estaba esperando –Dijo esa voz tan familiar, que me producía un
grupo de emociones impredecibles.
—Un Príncipe
esperándome, todo lo que podría soñar –Solté antes de poder evitarlo. ¿De nuevo? A ver, tiene que haber alguna
manera de evitar que suelte lo primero que me pasa por la cabeza así porque sí.
Suspiré, resignada, al darme cuenta de que no había nada que pudiera hacer
para evitar la reacción natural de mi cuerpo al verle –Dime, ¿Necesitas algo?
–Añadí, esperando que no se hubiera notado mi vacilación.
—En realidad,
sí –Se me quedó mirando fijamente, provocando un rubor aparecer en mis
mejillas. Pasé de largo a su lado, sentándome en la silla delante del
ordenador.
—Tú dirás –Me
giré para enfrentarlo, una vez hube controlado el color en mis mejillas.
—Necesito que
cambies algunos nombres de mi lista –Dijo, casi sin respirar, a la vez que me
tendía su lista.
—Hecho, ven,
dime cuales tengo que cambiar –Al oír sus pasos al acercarse, también oí mi
corazón acelerarse. Intenté mantener la compostura, pero se me erizó el pelo de
los brazos. Él al colocarse a mi lado, puso una mano en mi silla y otra en la
mesa, y se inclinó.
Uf, está demasiado cerca para mi comodidad. No voy a
poder concentrarme. Inspira, expira, relájate, Elizabeth, por favor. Solo esta
vez.
Abrí el
archivo que necesitaba, y me giré hacia él expectante. Al girarme, me congelé.
Estaba muy cerca, tenía su cara a centímetros. Tragué, intentando tomar control
sobre mi cuerpo, que parecía como si no fuera mío. Su respiración me hacía
cosquillas, provocando una risita tonta. La risa nos sacó de nuestro mundo, y
me giré hacia el ordenador, negándome a girarme de nuevo. Si vuelvo a encontrármelo tan cerca, me voy a desmayar antes de poder
siquiera hacer algún movimiento.
Para poder
indicarme los nombres, puso sus brazos a mis costados, dejándome encerrada.
Cambié los nombres, e imprimí su lista. Pero aun que estuviera imprimida, no la
recogió, se quedó allí, quieto. Yo no me moví un centímetro. Lo único que se oía
era mi respiración entrecortada. Y lo único que se movía era mi pecho, luchando
para conseguir eso que tanto necesitaba, por lo visto no era aire.
Durante unos
segundos, permanecimos así. Yo olía su olor, su perfume, me embriagaba. Él
cerró los brazos a mí alrededor, abrazándome por detrás, colocando su cabeza en
mi hombro. Yo instintivamente, dejé caer mi cabeza hacia atrás, colocándola en
su hombro. Noté su respiración en mi cuello, cosa que me relajó más de lo que
me esperaba. Estando tan cerca, nuestras respiraciones aceleradas, se hicieron
una. Entonces, noté como si pudiera quedarme dormida, allí, en sus brazos.
Se levantó
poco a poco, besando mi cuello antes de levantarse por completo. Yo no me moví,
y él desapareció por la puerta. Notaba la piel ardiendo donde él me había
besado. Estaba mareada, no podía moverme. Mi respiración volvió a acelerarse.
Me levanté de la silla, demasiado rápido aparentemente, y me mareé. Caminé por
el pasillo hasta el baño. Una vez dentro, me mojé la cara, y el cuello, con las
manos temblorosas. No puede ser, Él es mi
perdición. Estoy temblando entera, tengo que relajarme. Miré la hora en mi
reloj, y di un brinco. Eran las dos del mediodía, y yo aún no había enviado
todos los mails. Parece que hoy no tengo
tiempo de comer. Le enviaré un mensaje a Ana, disculpándome, para que no me
espere más.
Triste,
pensando que no lo veré durante la comida, me dirigí de nuevo al despacho.
Justo cuando
me senté en la silla, mi teléfono vibró, Ana me había respondido al mensaje.
Decía: Vale, ya comeré con Edu y mi
hermano. Por cierto, ¿A que no adivinas quién me ha preguntado por ti? Sí, el
mismo. Le he dicho que hoy no tenías tiempo de comer, porque estabas muy
ocupada. Este tío está completamente loco por ti, ¿Lo sabes, verdad?
Sonreí como
una tonta. Pero no contesté, tenía muchas cosas que hacer. Una hora más tarde,
después de 4 o 5 llamadas, e incontables mails, oí un golpe en la puerta. Me
giré para enfrentar a unos ojos azules, increíbles, que me dejaban sin aliento.
—Princesa, Ana
me ha dicho que no tenías tiempo de comer. Te he traído esto –Dijo a la vez que
me tendía una servilleta con una manzana roja y un vaso de Coca-Cola.
Me sonrió al
ver la expresión de sorpresa en mi cara. Recogí las cosas de sus manos, las
dejé en la mesa, y salté a abrazarlo. Una vez entre sus brazos pensé: Ui, lo he hecho sin pensar. ¿Cómo puede ser
tan mono? Es adorable, me encanta. Cada vez que pienso en él, me gusta más. Él
me rodeó con sus fuertes brazos, levantándome del suelo, mientras enterraba su
cara entre mi pelo.
—Gracias,
Príncipe azul. Siempre me sorprendes –Susurré, mientras disminuía la fuerza del
agarre de mis brazos. Estaba sonriendo tanto, que me dolían las mejillas.
—Te
sorprenderé siempre, si eso significa que vas a reaccionar así –Susurró
también, podía notar la sonrisa en sus labios al oír su voz, provocándome un
escalofrío. Me reí, mientras él me dejaba en el suelo.
—Mañana, es la
excursión, ¿vienes con el campus de Fútbol? –Me preguntó con cara expectante, y
con ojos de cordero degollado. No me
mires así, que me derrito.
—No lo sé,
espera que cojo la hoja informativa –Me giré para buscar en el escritorio, a
ver si aparecía. Cuando la levanté y leí, se me iluminó la cara. Él al ver mi
expresión sonrió, miró la hoja y vio lo mismo que yo. Sí, sísísí, voy a ir con él. Él cogió mi cara con sus manos,
colocándolas en mis mejillas, me acercó a él. Yo aguanté la respiración,
expectante. Rozó su nariz con la mía, como los besos de esquimal que me daba a
veces con los niños pequeños. Sonreí. Me soltó y se fue por la puerta, son una
sonrisa inmensa que me quitó el aliento, por millonésima vez.
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