— ¡Pásamela! – Gritó Erik con su voz melodiosa y sexy a
uno de sus compañeros. Estaban en medio de uno de sus entrenamientos, yo estaba
sentada en el banquillo, observando a mi novio jugar como un Dios. Mientras lo
veía correr recordé cuando entramos en primer lugar.
Cogidos de la mano caminábamos por un pasillo largo y muy
iluminado, cada poco tiempo iba mirando hacia él, como si realmente no creyera
que estaba allí con él. Sigo reacia a
creer que esto es real, a creer que realmente quiere estar conmigo. Tengo miedo
sinceramente a que se canse de mí, tampoco tengo nada interesante que ofrecer,
solamente mi corazón entero, exponerme por completo. Al entregar mi corazón le
doy el arma más poderosa para hundirme y destrozarme dejándome vacía. Eso es lo
que siento, el miedo al abismo de estar sin él si algún día decide que se ha
cansado de mí.
En el instante en el que entramos en el vestuario,
gritos, saltos y ovaciones nos rodearon. Todos me miraban atentamente, como si
fuera un espécimen a estudiar. Me sentí muy incómoda y no sabía dónde mirar.
Avergonzada ante tal escrutinio me escondí entre los brazos de Erik. No debería haber hecho eso, ahora van a
pensar que soy una cría. Odio ser el centro de atención, prefiero pasar
desapercibida. Erik me envolvió en sus brazos y me dio besos en la cabeza
cariñosamente. Levanté la cabeza hacia él y me perdí en la inmensidad de sus
ojos de eso tono de azul que me derretía. Tiene
más poder sobre mí del que nunca sabrá. Bajó la cabeza y me dio un tierno y
suave beso en los labios, provocando escalofríos por todo mi cuerpo y
haciéndome sentir como si no estuviera sobre la Tierra, sino en el espacio
flotando. Cuando me dio el beso, la habitación desapareció dejándonos solos.
Estábamos en nuestro mundo, totalmente autosuficiente, no necesitábamos nada ni
nadie más. Yo entre sus brazos era más que feliz, estaba completa.
Cuando separó sus labios de los míos y abrí los ojos, me
di cuenta de que seguíamos en el vestuario, pero esta vez estábamos rodeados
por el equipo completo. Entrecerré los ojos mirándolos, con las fuerzas
recobradas gracias al beso.
—Hola –Dije, tanteando el terreno, no sabía por dónde me
podían salir. No sabía si estarían de acuerdo conmigo estando allí. Les sonreí
tímidamente, esperando que me recibieran bien. En realidad no tenía mucho miedo
de que me trataran mal, ya que tenía a mi Príncipe azul para protegerme. Azul… ese adjetivo le va como anillo al dedo.
Suspiré. Me seguían mirando -¿Vais a seguir mirándome fijamente o en algún
momento vais a jugar? –Pregunté intentando distraerles durante un segundo de
mí.
Se pusieron a reír todos, haciendo el ambiente más ligero
y cómodo. Les sonreí contenta de al menos haber conseguido que se rieran.
Entonces empezaron a decir nombres, presentándose. Me mareaba estar rodeada y
que todos hablaran a la vez.
—Soy muy mala para los nombres, así que haré lo que
pueda, pero por favor uno a la vez –Dije, apartándome un poco de la masa de
hombres moviéndose cada vez más cerca. Choqué contra alguien al apartarme
demasiado, me giré para ver quién era. Erik. Me relajé y él colocó los brazos alrededor
de mi cintura, apretándome contra él, haciendo que mi espalda se amoldara
perfectamente a su pecho, como si nuestros cuerpos pertenecieran juntos.
—Jaime –Dijo uno muy alto con pelo rubio y una sonrisa de
niño malvado, me reí y asentí.
—Pol –Añadió otro, un poco más bajito que el anterior
pero con una sonrisa de niño bueno, tenía el pelo muy negro, a juego con los
ojos.
Hasta allí duró lo de uno por uno. Empezaron todos a la
vez y yo intenté memorizar lo máximo que pudiera, para no hacerles repetir el
nombre cada vez.
—Sergi, Carlos, Víctor, Fernando, Marc, Alejandro, Pedro
–Fueron añadiendo cada uno, casi a la vez, y yo iba mirando de uno en uno
intentando asociar una cara con un nombre. Unos ojos chocolate como los míos
con el nombre Alejandro, unos ojos verdes esmeralda con el nombre Carlos, unos
ojos grises con el nombre Sergi… Y así hasta hartarse.
—Bueno, dejad respirar a mi novia. Vámonos a jugar –Dijo
él, frenándolos al instante, todos lo miraron con una mirada que inspiraba
respeto y se separaron gradualmente de nuestro lado, dirigiéndose hacia la
puerta de salida del vestuario. Erik me giró sobre mis pies y me obligó a enfrentarlo
–En cuanto a ti, quiero que estés aquí hoy. Puedes sentarte en el banquillo. Me
da mucha ilusión que puedas formar parte de algo que es tan importante en mi
vida –Dijo él con la sonrisa más grande de la historia. Me puse de puntillas y
le planté un beso corto, separándome a los pocos segundos.
—A mí también me da mucha ilusión, estoy siempre donde me
quieras y lo sabes –Dije, mientras le cogía de la mano y lo llevaba a la puerta
para que no llegara más tarde aún.
Sentada en el banquillo, mirando fijamente a Erik, me
perdí. Perdí la noción del tiempo y del espacio. De repente, se giró y me miró
con preocupación.
— ¡Cuidado Eli! ¡La pelota! –Leí sus labios, ya que al
estar tan lejos no pude oírlo con claridad. Me giré en todas direcciones
buscando la pelota. Cuando la vi, casi era tarde, casi. Soy un imán para las pelotas, donde hay una, me acaba dando un golpe
(normalmente en la cabeza). Me levanté y la paré con las manos antes de que
diera directamente a mi estómago. Me picaron las manos del golpe, pero supuse
que era mejor que el dolor de estómago si no la hubiera parado. La levanté unos
centímetros por encima de la cabeza, la solté y la chuté, enviándola hacia
donde estaba Erik, es decir, lejos.
Al dejar de mirar la pelota, cuando la tuve controlada,
vi que Erik me miraba fijamente con una sonrisa preciosa en la cara. Le devolví
la sonrisa y llamó a los de su equipo un segundo. Vi como cada uno se iba
acercando a él y fueron agrupándose a su alrededor. Se pusieron a hablar, y yo
me dirigí de nuevo a mi silla. Lo que no me esperaba fue lo que pasó a
continuación.
El grupo se disolvió, dirigiéndose directamente hacia
donde yo me encontraba. Miré extrañada cara por cara, pero todo lo que pude
leer de sus expresiones fue determinación y excitación. Tienen algo en mente, me da miedo. ¿Qué estará tramando Erik? Este
hombre hace y deshace a sus anchas. Cuando estuvieron unos 3 metros delante
de mí, me levanté y los miré con cara confundida. Busqué a Erik, pero no lo
encontré. Fruncí el ceño, confusa.
—Tenemos una proposición para ti, pero tienes que venir
con nosotros –Dijeron dos que estaban más adelantados. Me quedé allí plantada,
sin saber cómo reaccionar. No entiendo
nada, están en medio del entrenamiento. ¿Qué se le puede haber ocurrido a Erik?
Seguro que es alguna de sus descabelladas ideas. Negué con la cabeza dando
un paso hacia atrás. En el instante en el que di el paso hacia atrás los dos
hombres delante de mí dieron un paso hacia delante. Suspiré. No tengo nada que hacer contra estos. Aunque
corriendo no sé si podrían pillarme, soy bastante rápida. Se me acaba de
ocurrir una idea.
Eché a correr hacia la derecha, dejándolos allí de pie
sin saber qué hacer. En pocos segundos, había conseguido dejar una distancia
considerable entre los chicos y yo. Me giré para comprobar si me seguían y me
sorprendió verlos sonriendo en mi dirección, no se habían movido ni un
centímetro. Pero no solo sonreían hacia mí, sino a algo a mi derecha. Me giré
confundida y vi a Erik dirigiéndose hacia mí con cara decidida. O no. Contra él sí que no tengo nada que
hacer, él me puede. Más vale quedarme donde estoy.
Me guiñó el ojo, provocando una risita por mi parte.
Sonrió y le sonreí. A cada centímetro que recorría hacia mí, el corazón
aceleraba 10 latidos por segundo. Sabía que tramaba algo, pero no podía
averiguar qué.
—Estás tramando algo, lo sé. ¿Qué es? –Le dije, alzando
la voz para que me oyera. Su sonrisa se intensificó aún más y cuando estuvo
justo delante de mí se paró en seco. Di un paso hacia delante, pretendiendo
cerrar la distancia que nos separaba. Estando justo a medio metro de él me
provocaba escalofríos y temblé con anticipación. Rodeé su cuello con mis brazos
y dejé mis labios a un centímetro de los suyos sin besarlo – ¿Y? Vas a
contármelo, ¿O no? –Dije, rozando mi nariz con la suya. Intentó evitar la
pregunta besándome, pero me aparté, sin apartar mis brazos de su cuello. Soltó
una risita.
—Quiero que hoy juegues con nosotros –Dijo él
rápidamente. Me aparté sorprendida. No me esperaba nada parecido.
— ¿Yo? ¿Jugar? Estarás de broma. Soy malísima jugando, no
quiero hacer el ridículo, aparte, ¿en qué posición me pondría?. Solamente puedo
maniobrármelas si me pongo de portera, y vosotros sois muy bestias, no quiero
morir aplastada contra la red por culpa de un pelotazo –Dije, intentando
sacarle la loca idea de la cabeza, pero eso es más imposible que conseguir ir a
la luna en patines de línea –No voy a sacarte la idea de la cabeza ¿Verdad?
–Añadí resignada. Sonrió al ver que iba ganando y le empujé.
—Como me conoces, pero como te conozco y eres muy
cabezona también, creo que vas a conseguir dejarlos a todos con la boca abierta
–Dijo, rodeándome con un brazo y acercándome a él. Ladeé la cabeza con
confusión.
— ¿Por qué estás tan convencido? –Dije, sonriendo, pero
internamente temblado ante la idea de hacer el ridículo delante de todo el
equipo.
—Porque eso es lo que me haces cada día, me dejas con la
boca abierta –Solo decir esa frase, sentí que me derretía. Bajó la cabeza y me
besó con todo lo que tenía, su corazón. Y yo le respondí con todo lo que pude
dar y más, entrelazando mis dedos en su pelo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario