sábado, 16 de marzo de 2013

Capítulo 30


—Ups, mierda. ¡Perdón! –Dijo alguien al entrar en el vestuario mientras Erik y yo nos estábamos besando bajo el corro de agua. Nos giramos de repente para averiguar quién nos había interrumpido de tal manera. Yo seguía apoyada contra la pared con las piernas alrededor de su cintura y mis brazos aún rodeaban su cuello. Al ver a Jaime de pie sin poder moverse, nos movimos nosotros. Yo separé mis piernas de su cuerpo a regañadientes y poco a poco fui añadiendo espacio entre los dos. Apagó la ducha sin dejar de mirarme, no podía evitar ponerme colorada ante la situación. Miré de nuevo a Jaime, y esa vez le envié mi mejor mirada asesina, intentando que se fuera.
— ¡Ah! Perdón, me he dejado una cosa, no esperaba encontrarme con nadie –Dijo avergonzado, pero aún sin irse. Me giré hacia Erik para observar detenidamente su reacción y al ver que lo estaba mirando se puso a reír, cosa que se contagió. Estábamos riéndonos todos y de repente miré hacia abajo, y me di cuenta de que la ropa mojada se había enganchado a mi cuerpo completamente, como si formara parte de mi propia piel. Solté un jadeo al observar que no dejaba nada a la imaginación. Erik siguió mi mirada y se puso delante de mí para evitar que Jaime me mirara. Ah, ahora entiendo por qué no se ha ido aún, y por qué me miraba tanto. Solté un bufido.
—Perfecto, ¿Podrías coger la cosa e irte? ¿O necesitas algo más? –Respondí, esta vez un poco más enfadada, no quería que me viera tal cual estaba. Y menos con esa mirada fija que tenía en la cara, vi a Erik apretar las manos en puños. Ha visto la mirada de Jaime, justo como yo la he visto. Me mira de arriba abajo como si fuera algo comestible, es repugnante. Nada comparado a cómo me mira Erik, con admiración y deseo. Un escalofrío me recorrió el cuerpo entero. Me aferré a la parte trasera de la camiseta empapada de Erik como si mi vida dependiera de ello. Él estiró el brazo hacia atrás, buscando mi mano. Coloqué mi mano entre la cuya y al instante él la envolvió, dándome un apretón.
—Qué suerte tienes Erik, te has buscado a una buena –Dijo Jaime con tono arrogante que provocó que se me pusiera la piel de gallina. Miré sigilosamente desde detrás de Erik, como un animal asustado. No estaba asustada realmente, estaba en shock y avergonzada, pero no asustada. No acababa de entender la situación, no entendía el porqué de la mirada tan lasciva de Jaime, parecía otra clase de persona. Supongo que nada es lo que parece.
—Vete, ahora –Contestó Erik. Por el tono de voz pude saber que estaba enfadado. Con total seguridad, tenía los labios en forma de una línea y el ceño fruncido, además de la mirada fija asesina que debía enviarle a Jaime.
No oí nada, pero supuse que se había ido, porque Erik se giró y me rodeó con los brazos, como comprobando que seguía allí. 
— ¿Estás bien? –Me preguntó. Asentí con la cabeza sin responder, notaba su corazón latir a mil por hora en su pecho –Será mejor que nos cambiemos y te lleve a casa –Añadió después de estar unos minutos abrazados. Asentí de nuevo, esta vez con más fuerza.
Me separé de él y observé el reloj de mi muñeca, eran pasadas las 10 de la noche. Wow, estando a su lado, el tiempo se me pasa volando, como si pasara a través de un agujero espacio-tiempo y apareciera de nuevo horas más tarde. Vi con el rabillo del ojo a Erik sacarse la camiseta. Abrí los ojos en sorpresa.
— ¿Qué hora es? –Preguntó Erik, acercándose a mí sin camisa. No podía separar mis ojos de su perfecto, mojado y trabajado pecho. Es como un Dios griego, no puede ser real. Había notado su pecho a través de las camisas y estaba maravillada, pero verlo tal cual me dejó descolocada. Era perfecto, con las abdominales como una tableta de chocolate.
—Me encanta el chocolate… –Suspiré antes de poder controlar lo que decía. Oh no, volvemos a no poder controlar lo que digo a su alrededor, pensaba que ya lo había superado, que era capaz de decir lo que quería decir. No quiero decir siempre exactamente lo que pienso. Bajé la cabeza, de repente colorada como un tomate, avergonzada. Él se acercó más, cosa que no ayudó para nada. Cuando estuvo justo delante de mí, puso la mano en mi barbilla para levantar mi cabeza.
—A mí me encantas tú. Eres adorable cuando dices exactamente lo que piensas, te lo he dicho, ¿Verdad? –Sonreí, mirándolo con adoración. Aún con su mano en mi barbilla, se acercó más a mí y me besó. Aún estoy maravillada con su sabor, su olor, todo él. ¡No me puedo creer que sea MÍO! Debo estar soñando. Si es así, no me quiero despertar por nada del mundo. No puedo apartar los ojos de él. Mientras nos besábamos sonreímos ambos, con la complicidad que solo nosotros compartíamos. Sin poder controlarlas, mis manos trazaron un camino por todo su torso mojado, acariciando la tableta de chocolate. Él soltó una risita y se le puso la piel de gallina bajo mis manos frías. No pude evitar reírme también, pero seguí acariciándolo, subiendo hacia sus hombros desnudos mientras él enredaba sus manos entre mi pelo haciéndome prisionera de sus besos.
Solo cuando el aire era una necesidad inevitable nos separamos jadeando. Miré el reloj de nuevo, eran las 11 y cuarto. ¡No puede ser, el reloj debe adelantarse solo, porque no puede ser real que pase de una hora a otra en cuestión de segundos! Negué con la cabeza aún confusa por sus besos, su olor… ¡Él!
—Deberíamos movernos, si seguimos así de cerca no podremos evitar besarnos de nuevo y va a ser un círculo vicioso –Dije entre risas, evitando mirarlo a los ojos porque sabía que si lo hacía sí que sería mi perdición, y nos pasaríamos la noche entera allí. No que no quiera, pero no quiero preocupar a mi madre. Ai, mi madre…
Miré alrededor en busca de mi bolso. Cuando no lo vi me moví hacia la puerta, donde justo en el banco de al lado se encontraba mi bolso aplastado. Me acerqué y rebusqué dentro en busca de mi móvil. Lo cogí y al instante vi las llamadas perdidas de mi madre. Suspiré, toqué el nombre en la pantalla y un segundo después estaba llamando.
—Hola mama, sí, estoy bien… Sí, sí, a eso iba. Simplemente me he entretenido con Erik, he venido a verlo jugar fútbol. Voy para allá… Sí, claro que te contaré todos los detalles… Vale, espérame y cenamos juntas… adiós… –Respondí con una sonrisa. Cotilla. Cuando me giré en busca de Erik, lo tenía justo detrás y antes de por siquiera reaccionar, me quitó el móvil de las manos y empezó a tocar la pantalla mientras sonaban los números al marcarse. Está apuntando su número de teléfono, que mono. Entonces se llamó a sí mismo, en el momento en el que se oyó una vibración proviniendo del fondo del vestuario, colgó.
Levantó la cabeza y me miró con su sonrisa tan característica. Me derrito cuando sonríe. Me tendió el teléfono con un movimiento muy exagerado, que solo pudo provocar risas por parte de ambos. Cogí el móvil aun riéndome. Me pregunto bajo qué nombre ha colocado su número.
Rebusqué entre los contactos en busca de alguno que no me fuera familiar, entonces pensé: ¿Qué hago? Si acaba de llamarse a sí mismo, tendrá que salir el número en la lista de llamadas. Así que allí fue donde miré y clarísimamente la última persona a la que había llamado era: Príncipe Azul. Me puse a reír de lo poco sorprendida que estaba, me lo esperaba completamente. Que predecible es este hombre. Así que aproveché que estaba concentrado mirando mi reacción para ir a por su móvil y escoger mi propio nombre. Cuando vio mis intenciones fue detrás de mí intentando pararme, pero fui más rápida y corrí hacia su bolsa y lo cogí antes de que llegara hasta mí. Cliqué en el último número que había llamado y puse el nombre: Princesa Patosa y cliqué aceptar.
Me puse a reír al cerrar el móvil, y aún más cuando lo vi correr hacia su móvil para comprobar el nombre, exactamente como había hecho yo con el mío. Lo mejor fue cuando lo vio, la risa que salió de sus labios perfectos, y seguidamente, la mirada de sus ojos azules increíbles.
—Mi Princesa Patosa, la más hermosa –Susurró mientras se acercaba a mí a paso lento. Negué con la cabeza y lo aparté. Soltó un bufido ante el rechazo, a lo que respondí con una carcajada.
—No, tenemos que cambiarnos y me tienes que llevar a casa, hablando de cambiarnos, ¿Qué me pongo? Tengo mis pantalones, pero no sé dónde puse mi camiseta. ¿Tienes alguna de sobras? –Anuncié mientras miraba a nuestro alrededor, esperando que mi camiseta apareciera de la nada por arte de magia.
—Puedes ponerte mi camisa, yo me puedo quedar con la camiseta de fútbol, puede que ya se haya secado un poco –Respondió con una sonrisa que dejaba sus pensamientos al descubierto: Sí, sí, mi novia va a tener dos camisetas mías y las va a usar. Me reí de nuevo, haciendo doler mis mejillas de lo mucho que había reído esa tarde. Asentí contenta de hacerlo feliz.
Me tendió una camiseta seca, era lisa azul excepto por un símbolo en medio del pecho. Era demasiado grande para mí y me servía de vestido más que de camiseta, pero era su camiseta, y a partir de ese momento iba a ser mía. Porque si se creía que iba a devolvérsela, podía seguir soñando si quería. Me aclaré la garganta para que captara la señal y se girara para poder ponerme la camiseta. Evidentemente no la captó, así que me giré yo y me quité la camiseta mojada que llevaba. Él podía ver mi espalda desnuda y los tirantes del sujetador, empapado también. Me puse su camisa, y una vez puesta, me quité el sujetador y los pantalones cortos. Como la camiseta era tan larga, me tapó hasta la mitad de los muslos, así podía ir sin pantalones hasta mi bolsa y coger los míos. Y así lo hice. Cuando estuve vestida, me giré.
Erik estaba mirándome fijamente, como si estuviera en trance, exactamente en la misma posición de antes. Se debían notar los pechos, ya que iba sin sujetador y esa era la dirección de su mirada. Era preferible eso, a llevar las redondas en la camiseta, mojándola. Tenía pensado dormir en esa camiseta con olor a él esa noche y las que hiciera falta. Me puse los zapatos y recogí las cosas. Vi su camiseta húmeda en el suelo y la cogí. Acercándome a él y tocando su pecho, le coloqué la camiseta, él nunca separando los ojos de los míos.
Le di un rápido beso en los labios y me separé para indicarle que nos teníamos que ir. Asintió con la cabeza comprendiendo, se acercó a mí y colocó un brazo alrededor de mi cintura, marcando lo que era suyo. Apoyé mi cabeza en su hombro mientras hacíamos el trayecto hasta el coche. Allí, me abrió la puerta.
—Oh, Príncipe, te superas a ti mismo –Sonreí como una tonta mientras entraba en el coche. Solo sentarme me puse el cinturón de seguridad. Él se subió en el lado del conductor y arrancó. Mientras conducía no podía separar los ojos de él, tan concentrado y sexy. Parece sacado de un libro, sigo sin creerme que sea real.
—Princesa, ¿Ves algo que te guste? –Preguntó sonriendo, efectivamente notando mi mirada fija. Me sonrojé y me reí.
—Sí, en realidad sí –Afirmé y solo soltar las palabras, una sonrisa se formó en sus labios y sus cejas se levantaron – A ti –Añadí, por si no había quedado lo suficientemente claro con la afirmación anterior.
De repente, paró. Cuando miré por la ventana vi que estábamos delante del bloque de casas pareadas donde vivía. Se me pasa el tiempo como un soplo de viento cuando estoy con él. Es algo sobrenatural.
Me lo he pasado genial, y el tiempo se me pasa volando cuando lo paso contigo, la verdad –Susurré acercándome a él para darle el beso de despedida. Él prediciendo mis acciones colocó una mano en mi nuca y me acercó a él para adelantar el beso. Nuestras bocas se encontraron y dejaron más que claro que allí era dónde pertenecían, en ninguna otra parte. Su mano de amoldaba perfectamente a la forma de mi nuca y mis dedos encajaban a la perfección entre su pelo, mientras que nuestras bocas formaban una unidad imposible de describir o separar. Allí es donde debía estar, entre sus brazos, probando sus labios. Donde quería estar. Sonreí mientras nos besábamos y noté sus labios titubear hacia arriba en el ademán de una sonrisa. Mordí su labio inferior para conseguir que ser riera y así separar nuestros labios, sino no había otra manera de romper el beso, ya que los dos estábamos tan sumergidos en las sensaciones que nos provocaba, que era imposible acabarlo.
—Adiós mi Príncipe, te voy a echar de menos –Dije contra sus labios. Negó con la cabeza y supe en ese momento que algo estaba maquinando, sonreí y no pregunté, quería que fuera una sorpresa. Me separé de él a regañadientes, ya que me hubiera quedado allí hasta mi último día en este mundo.
—Adiós mi Princesa bonita, quien te va a echar de menos soy yo, cuídate –Dijo él clavándome esos ojos tan bonitos que debían ser ilegales. Le sonreí y salí del coche. Una vez fuera, le dije adiós con la mano mientras arrancaba el coche.
Con una sonrisa soñadora me dirigí hacia la puerta exterior y la abrí con mi llave de color azul. Paseé a través del jardín con olor a césped recién regado y fui hacia la puerta de casa. Justo en el segundo en el que coloqué la llave antes de girarla, la puerta se abrió de un golpe asustándome. Era mi madre con una sonrisa en la cara.
—Cuenta.

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