sábado, 16 de marzo de 2013

Capítulo 12


El despertador sonó, de nuevo. Me tengo que levantar. Ya me cuesta levantarme y solamente estamos en el cuarto día de campus de verano, no quiero ni imaginarme lo que me costará levantarme los demás días. Uf, hoy es jueves, venga que falta poco para el fin de semana.
Me levanté con una sonrisa en la cara pensando en él, Poco usual, ¿no? Simplemente todo lo que hago es pensar en él. Espero de verdad que la idea de estar con él no sea muy descabellada.
Llegué al colegio casi corriendo para poder verlo. Cuando lo vi, estaba saliendo de uno de los vestuarios tranquilamente. Pero su reacción me tomó por sorpresa.
— ¡Buenos días! –Canté alegremente, acercándome a él a saltitos. Él en cambio me miró sin decir nada. Su cara mostraba confusión y algo más que no logré entender.
—Hola –Dijo él, secamente, a la vez que se giraba y volvía dentro del vestuario, cerrando la puerta de un porrazo detrás de él. ¿Qué está pasando? ¿He dicho algo o hecho algo que no debiera? No entiendo nada, ayer estaba tal cual y hoy casi ni me habla. Ahora que pienso, ayer ni siquiera me dijo adiós. Después de pasar el día juntos, pasó de mí al volver al colegio. Fue como si se diera cuenta de algo que no le gustaba, o algo no le sentara bien. Sigo sin entender nada. Espero que me lo explique en algún momento, porque esto no se puede quedar así. Me quedé parada allí delante de la puerta, completamente estupefacta. Me moví porque no quería que me encontrara en esa situación, no quería que fuera aún más embarazoso.
Descompuesta y confusa, me dirigí a dejar mi bolso y ponerme manos a la obra. Ese día faltaba una monitora, así que me tocaba a mí hacer la mayoría del trabajo. Tenía que llevar a los niños a clase de tenis, hacerles clase de psicomotricidad, cambiarlos para piscina, mientras estuvieran en piscina hacer juegos con los del campus de inglés, ir a recoger a los niños a piscina, cambiarlos, llevarlos a comer, llevarlos a dormir, quedarme con ellos mientras dormían, etc. Etc. Etc. Hoy me toca un día ajetreado, ni siquiera tengo tiempo de comer. Voy a comer con los niños pequeños a las 12 del mediodía para no morir de hambre luego. Total, con el nudo en el estómago que tengo desde que conocí al Príncipe, he sido incapaz de comer como antes. Al menos con el trabajo que tengo, es más fácil pasar el día. Sino sería incapaz.
El día pasó, mientras yo trabajaba, arriba y abajo. Si necesitaban mi ayuda en algún momento, yo tenía que ir. Fue agotador, solo tenía ganas de que el día se acabara. Ese día no tenía nada de bueno.
Durante la hora de la siesta, la monitora faltante volvió. Por lo tanto, me sustituyó y pude tener un momento libre. Raquel, tengo que hablar con Raquel, algo pasa y tengo que averiguarlo.
Salí corriendo de la sala donde duermen los niños y me dirigí donde juegan ping-pong.
—Ei, hola chicos –Dije al entrar. Vi a Marcus con Edu, estaban jugando a ping-pong. Luego en los bancos de al lado, vi a Raquel con Ana.
—Raquel, tengo que hablar contigo. Como… ahora –Dije, completamente seria. Llevaba el día entero dándole vueltas a la cabeza y quería sacarlo.
— ¿Eli? ¿Va todo bien? ¿Tengo que pegar a alguien? –Me preguntó Marcus preocupado, cosa que me hizo sonreír por primera vez desde la mañana. Me guiñó un ojo, pero estaba serio dejándome ver que iba enserio.
—Gracias Marcus, pero de momento no, si cambio de idea serás el primero en saberlo –Le dije mientras mi sonrisa se desvanecía. La confusión me comía viva.
—Vale, vamos por ahí entonces –Me dijo Raquel, enlazando su brazo con el mío. Me miró inquisitoriamente, supongo que no aguantando más la curiosidad –Bueno, canta –Añadió cuando vio que no decía nada y ya estábamos asolas. Me giré hacia ella, con el ceño fruncido.
—Algo ha pasado, y no sé qué es –Dije, aguantándome las lágrimas. No voy a llorar, no voy a llorar. No. Y aguanté estoicamente.
—Eli, no me dejes con la intriga, ¿Qué está pasando? –Me miró curiosa y preocupada a partes iguales.
Respiré hondo y hablé. A lo mejor demasiado rápido, pero como ella me conoce como nadie, me entiende siempre por muy rápido que hable.
—De acuerdo. Está raro, muy raro. Hoy solamente me ha dicho hola, y creo que ha sido porque me he plantado delante de él, sino ni siquiera se hubiera dignado a saludar. Me ha mirado directamente como a través de mí y no estaba igual que ayer. Hablando de ayer, ni siquiera se despidió, ni siquiera me dijo adiós. No entiendo nada, algo ha pasado. Parece como si se hubiera dado cuenta de algo, o no sé –Paré de hablar porque estaba hiperventilando. Me senté y me concentré en mi respiración, solamente en mi respiración. Le di tiempo para que reflexionara y pensara alguna razón por la cual esto estaba pasando. Odio sentirme así, impotente.
A lo mejor ni siquiera le he gustado –La posibilidad de certeza de esas palabras me golpeó como nada antes. Me quedé mirando a la nada, inexpresiva –A lo mejor era un capricho, una apuesta. Y ya se ha cansado y no sabe cómo decírmelo –Añadí, con un nudo en la garganta, como si el nudo del estómago hubiera subido.
—Ni lo pienses. He visto cómo te mira, eso no es verdad. Tiene que haber algo más, no tiene ningún sentido –Me dijo mirándome a los ojos, intentando calmarme. No funcionó mucho.
— ¿Cómo me mira? –Le pregunté, porque si me quedaba callada no podía controlar si salían o no las lágrimas. Odio llorar, lo odio. Porque no me gusta sacar lo que llevo dentro. Si lo escondo y lo encierro parece menos doloroso. Si pongo una sonrisa en mi cara y me obligo a aparentar normalidad es como si no estuviera sufriendo. Yo he sufrido mucho, así que sé esconder lo que siento, lo he hecho toda mi vida. No me gusta preocupar a la gente, aparte de que no me gusta sentirme mal. Miré a Raquel, expectante, esperando una respuesta. Suspiró.
—Te mira como si fueras la única cosa que ve en la habitación. Como si quisiera que fueras de su propiedad. Como cuando yo miro un bolso en un escaparate y digo “me he enamorado, tiene que ser mío” –Lo dijo en una sola respiración, aunque parezca increíble. Sonrió ante su aclaración, como si se sintiera orgullosa de sus palabras.
—No soy un objeto –Dije en un suspiro. Arrugué la nariz porque me picaba, eso me pasa cuando estoy a punto de llorar. Raquel lo notó y me miró con el ceño fruncido, sintiéndose impotente. Bajé la mirada, haciendo lo posible para retener las lágrimas que amenazaban por salir –Me siento una inútil, usada y estúpida. Como si hubiera pensado demasiado y no sé, la verdad es que ni siquiera sé cómo me siento –Añadí con un hilo de voz.
—Oh, no –Dijo ella. Me giré para mirarla y vi que no me estaba mirando a mí, sino a algo por encima de mi hombro. Me giré levemente y vi a Erik acercarse. Cuando lo vi no pude aguantar más, una lágrima silenciosa resbaló por mi mejilla derecha. Me vio, sé que me vio, porque aceleró el paso hacia mí. Yo no podía aguantar estar cerca de él en ese momento, así que me levanté y me fui. Dejándolo con la palabra en la boca. No quería que me viera llorar, no por él. No quería oírlo. No en ese momento. Miré el reloj, comprobando la hora. Suspiré aliviada cuando vi que era la hora de irse, ese día había resultado nefasto. Espero que esta confusión se acabe pronto, no quiero seguir así. Aparte de que odio como me controla. Odio el efecto que tiene sobre mí. No quiero que me afecte tanto que me ignore de repente. Pero soy humana, y me había apegado a él, me había acostumbrado a su calidez, a su cercanía, su cariño… Basta. No puedo, no ahora.
Ese día decidí ir caminando a casa, no tenía ganas de esperar a que Raquel me llevara. Cuando el coche de su padre se paró a mi lado ofreciéndose a llevarme, me negué diciendo que necesitaba tiempo para pensar y me dejó. Al cabo de unos minutos, me permití a mí misma llorar. Ni siquiera intenté pararlo, dejé que resbalaran las lágrimas sin más.
Vi su coche pasar a mi lado, se giró, miró a través de mí y siguió. Jadeé. En este momento me siento insignificante, de poco valor. Siento como si no valiera la pena, como si fuera la cosa más horrible del mundo. Odio el hecho que es él el que me ha dado esperanzas y él el que me las ha quitado de la peor manera, lanzándome al vacío. La sensación es asfixiante. No valgo la pena. Ese pensamiento se repetía en mi cabeza “No valgo la pena”. Soy insignificante. Este hombre se va a enterar. ¿Tan insignificante soy? Ahora voy a ser yo la que no le haga caso. Celoso se puso cuando me vio con Marcus ¿No? Pues se va a enterar. Insignificante… Eso ya lo veremos. 

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