Entre sus
brazos, en el autobús, era el cielo: Sentir el latido de su corazón, estar
totalmente apoyada en él, no podía pedir nada más. No quiero apartarme de él nunca. Éramos como dos piezas de puzle,
encajábamos perfectamente. Él tenía sus brazos envolviéndome, yo moví mis manos
y entrelacé mis dedos con los suyos. Era tan natural que parecía que su mano
estuviera hecha para sostener la mía. Estuvimos así, quietos sin decir nada, no
hacían falta palabras. Estaba tan a gusto y relajada que me quedé dormida sin
darme cuenta.
— ¿Princesa? –
oí que me susurraba en la oreja con tono suave y cariñoso. Noté también que me
iba dando besos, que se perdían entre mi pelo. Al abrir los ojos, vi que el
autobús ya no se movía. Habíamos llegado. ¿Por
qué teníamos que llegar tan temprano? ¿Por qué? Me hubiera quedado allí el día
entero. Y por la manera en la que no se mueve, creo que siente lo mismo.
Me levanté
poco a poco, con su ayuda. No me soltó por nada del mundo, como si tuviera
miedo que desapareciera por arte de magia. Sonreía como una tonta, no podía
pensar en otra cosa que no fuera él. Me giré para mirarlo, y vi que tenía la
misma sonrisa que yo en la cara. Además, tenía un pequeño rastro de decepción
en los ojos, por tener que dejar el autobús ya. Seguramente yo tenía la misma
expresión.
Bajamos del
autobús, y al tocar el suelo colocó un brazo alrededor de mi cintura. Me apretó
contra él. Suspiré. Así, nos dirigimos a la puerta del estadio del Español. Allí
delante estaban todos divididos por grupos, y estaban desayunando
tranquilamente. Él apartó su brazo de mi cintura para dirigirse a su grupo. Al
bajar el brazo me rozó el culo, y no creo que fuera accidentalmente. Me giré
hacia él, con una mirada inquisitoria, atónita pero a la vez riéndome. Me miró
con cara de inocente, pero se puso a reír. Le golpeé el brazo y aún rio más si
eso fuera posible. Me puse a reír, ya que no tenía más que hacer. No puedo hacer nada contra su risa, me tiene
hipnotizada. Parece como si él hubiera utilizado una clase de hechizo sobre mí.
Riéndome, me giré y me fui. Él se dirigió hacia su grupo con Jordi y yo con las
niñas del campus de tenis, que ya las conocía del colegio.
— ¡Eli! Por lo
que vemos, ya tienes al monitor camelado –Me dijeron con una mirada divertida
cuando estuve lo suficientemente cerca. Me eché a reír y me giré para mirar en
la dirección del objeto de discusión. Él ya me estaba mirando. Nos quedamos
mirando, inexpresivos, como si solamente el hecho de quedarnos mirando fuera
suficiente. Rompí nuestra conexión girándome.
Estaban
organizando los grupos para hacer las fotos, yo me negué a salir en ninguna. No salgo nada bien en las fotos, así que
prefiero hacerlas. Y eso hice. Tenía 5 cámaras en las manos y tenía que
hacer una foto de cada grupo con cada cámara. Las fotos que hice que salía él,
no podía evitar mirarlo solamente a él. Él me miraba a mí, entonces se veía
como si mirara a algo más allá de la cámara. En otra foto salió mirando hacia
otro lado, muy lejos, como evitando ser muy evidente.
Una vez hechas
las fotos, nos movimos hacia dentro, donde por grupos y en orden los niños
fueron al baño. Con la espera, cogí la última cámara con la que había hecho las
fotos y me dirigí hacia Quim, a enseñarle como había salido. Salió fatal,
mirando hacia no sé dónde.
—Quim, mira.
Aquí sales mirando hacia no sé dónde. Y aquí ni siquiera sé qué hacías –Le
dije, riéndome de él. Me miró divertido.
— ¿Acaso tu
sales genial en las fotos, doña perfecta? –Me dijo con tono arrogante.
—Al contrario,
siempre salgo muy mal en las fotos. ¿Por qué crees que he hecho yo las fotos?
Para no salir –Le dije sacándole la lengua, provocando que se riera aún más.
Con eso, me fui, evidentemente, dónde se encontraba mi objeto de devoción.
—Hola Príncipe,
te quiero enseñar una cosa –Dije a la vez que bajaba la cabeza para observar la
cámara y cambiaba de foto buscando la que quería. Cuando la encontré levanté la
cabeza, para encontrarme que él no estaba mirando la cámara, me estaba mirando fijamente
a mí. Noté como se me calentaban las mejillas y una sonrisa se me formaba en
los labios. Levanté las cejas en una pregunta no formulada. Reaccionó y miró a
la cámara. Al ver la foto, nos pusimos a reír los dos. Era ridícula, salía
serio mirando hacia mí, y en otra mirando hacia la izquierda cuando todos
miraban en frente. Cuando dejamos de reírnos, nos quedamos mirando sin decir
nada. Se movió un paso más cerca y Jordi habló:
— ¡Vamos, que
ya entramos para ver el video de presentación! –Gritó para que todos lo
escucháramos. Erik y yo nos separamos y yo me fui por otra parte, girándome una
última vez, justo para verlo mirarme de arriba abajo. Al darse cuenta de que lo
estaba observando, soltó una risita y me voló un beso. Yo me puse a reír e hice
un beso al aire. ¿Cómo puede ser tan sexy
y adorable a la vez? ¿Cómo lo consigue? Tengo unas ganas tremendas de darle un
beso, Tremendas. ¿Se me notará mucho?
Entraron los
niños en grupos, y ocuparon todos los asientos. Nos quedamos de pie en las
escaleras del lateral. Erik estaba dos escalones más arriba. Me senté en las
escaleras, en la parte derecha. Me giré y lo vi observándome. Yo, queriendo
actuar seductora, me apoyé en mis codos en el escalón en el que se encontraba
sentado él. Apagaron las luces y pusieron el video. A ver cómo reaccionas a esto, guapo.
Oí como decía
el nombre de Quim, pero no entendí que le dijo. Al cabo de unos segundos noté a
alguien golpearme el hombro. Me giré y me encontré a Quim.
—Eli, no se
puede pasar si te pones a la derecha, muévete a la izquierda, ¿Vale? –Me dijo
riendo, como si eso no fuera verdad, como si hubiera algo más. Me huelo que esto ha sido obra del Ojo que
me derrito. ¿Qué voy a hacer con este hombre? Es mi perdición.
No le
contesté, simplemente me moví hacia la izquierda. Al hacerlo procuré no mirar
en ningún momento hacia atrás. Dos segundos después, lo oí moverse. Estaba
bajando los escalones que nos separaban. Se colocó justo en el escalón de
encima y colocó sus piernas a mis costados. Yo casualmente, apoyé mis codos en
sus rodillas. Cuando lo hice, lo oí soltar aire, como si lo hubiera estado
reteniendo. Eso me recordó a mí misma respirar. En el momento en el que le oí
respirar normal de nuevo, colocó sus brazos alrededor de mi cintura,
entrelazando sus manos en mi estómago. Ante la comodidad del roce me apoyé
hacia atrás, con mi espalda completamente apoyada en su pecho. Yo subía y
bajaba al ritmo de su respiración. Al estar medio estirada me molestaban los
codos en sus rodillas, así que los quité para colocar mis manos en las suyas.
Él al instante entrelazó nuestros dedos y me dio un beso en el lado de mi cabeza.
Me trataba como una muñeca. Y me encanta.
Entre sus brazos me sentía pequeña y protegida. Notar su respiración y el
golpeteo de su corazón me relajaba inmensamente. Estuvimos así durante la
duración del vídeo.
El video,
eventualmente se acabó y las luces se encendieron. Y eso provocó que nos
separáramos, no sin la decepción pintada en nuestros rostros.
Entonces
salimos fuera para que los niños vieran el
mural con fotos de la entrada y se hicieran fotos con él. Después de muchos
gritos y exigencias, volvimos al autobús.
Al subir, nos
dimos cuenta de que los niños nos habían adelantado y estaban colocados en los
asientos del final. Así que nos colocamos en los de delante. Me senté en el
asiento al lado de la ventanilla y él se colocó a mi lado. Al instante de
sentarse colocó su brazo alrededor de mi cintura y me apretujó a él. Yo coloqué
mis dos piernas encima de una de las suyas, ganándome una mirada de sorpresa
por su parte y una risita de los dos. Apoyé la cabeza en su hombro y él colocó
su mano libre en mis piernas, con una sonrisa de oreja a oreja.
Nos pasamos el
trayecto así, disfrutando de la presencia del otro, sin necesidad de nada más. Esta
vez no me quedé dormida. Cada vez me
atrae más este hombre. Como sea un simple capricho para él, me va a sentar como
una patada.
Bajamos del
autobús a la hora de comer, así que nos colocamos todos en las escaleras de
fuera del Camp Nou y vimos como todos los monitores traían las cajas con las
bolsas del picnic. Bueno, no todos. Yo sólo observaba a uno en concreto, que no
me sacaba los ojos de encima en todos los trayectos. No pude evitar fijarme en
los brazos que se le hacían al hacer fuerza. Se me cae la baba por este hombre. Es demasiado para mí, aún no me
puedo creer que se haya fijado en mí, no me lo creo. Debe ser una broma.
Cuando
hubieron traído todas las cajas, me levanté a la vez que una de las niñas y
noté una cinta de la sandalia derecha romperse. Me había pisado la
sandalia. A causa de esa cinta rota me
tropecé y caí al suelo. Nononononononononononononononono,
no hoy, no ahora, ¡No NUNCA! Que rabia. ¿Y ahora qué hago el resto del día? No
puedo ir con una sandalia rota, parezco un pato borracho en una discoteca.
Aparte de la vergüenza de caerme delante de todos, está claro. Noté que
alguien me levantaba y casi sin esfuerzo me llevaba. Levanté la cabeza para ver
a mi príncipe azul rescatándome de nuevo.
— ¿Estás bien?
¿Te has hecho daño? ¿Qué ha pasado? –Me miró preocupado. Es tan adorable cuando me mira así, como si algo me pasara le dolería a
horrores.
—Estoy bien, no
hace falta hacer una montaña de un grano de arena. Me he roto la sandalia.
Tengo que averiguar algo para conseguir pasar el día, no puedo ir el día entero
caminando como un pato, ¿Verdad? –Le contesté intentando calmarlo colocando una
mano en su mejilla dando círculos con el dedo –Puedes dejarme en el suelo, no
muerde –Añadí al ver que no tenía ninguna intención de soltarme.
Me dejó en el
suelo y me senté normal. Inspeccioné la zona dañada a ver si alguna cosa que
pudiera conseguir podía arreglarlo. Pensé y pensé. ¿Una horquilla? ¿Y de dónde caso yo ahora una horquilla? ¿Una coleta?
Yo solamente tengo una, y la llevo puesta aguantando una trenza. Pues fuera
trenza, entonces. Llevé las manos a mi pelo, ganándome una mirada
sorprendida por su parte. Me saqué la coleta y moví la cabeza masajeándome el
pelo. Se me quedó mirando como si no hubiera nadie más alrededor. Me encanta que me mire así, lo adoro. Es
cómo me miró el primer día en el comedor. Me agaché de nuevo, colocando
estratégicamente la goma para que me permitiera caminar con normalidad. Fue una
gran mejora, pero no la definitiva porque seguía un trozo de cinta sin estar
unido a la suela e iba un poco suelto. Pero mejor que nada.
Levanté la
cabeza y vi su expresión en la cara, admiración. Sí, admiración. Me he ganado su admiración. No podría ser más feliz.
— ¿Ves,
Príncipe? También sé cuidarme yo solita –Le saqué la lengua, riéndome.
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