Estuve con el
recuerdo de sus labios en mi cuello, su nariz rozando la mía, sus brazos a mí
alrededor, durante toda la tarde.
Al acabar los
mails y llamadas, me dirigí donde se encontraban los demás, jugando a
ping-pong.
—Hola chicos.
¿Quién va ganando? –Pregunté, con la energía restablecida al acabar lo que
tenía que hacer.
— ¡No! ¡Me has
distraído! –Gritó Marcus al girarse para observarme. Cuando lo escuché no pude
evitar reírme.
—Sí, Eli,
quédate, que me das suerte –Contestó Edu, riéndose también a la acusación de
Marcus.
—Uf Edu, vas
listo si crees que yo te doy suerte. La suerte la tenéis porque yo no estoy
jugando. Soy malísima –Les dije, mirando cómo le daban a la pelota. De nuevo,
Marcus falló.
—Enserio, Eli,
sal de aquí, me das mala suerte –Repitió Marcus, mirándome enfadado. Al ver la
cara de enfado no pude evitar reírme. Marcus al verme reír, se acercó a mí y me
levantó en el aire, colocándome en su hombro, aparentemente sin esfuerzo. Me
puse a reír aún más fuerte pidiendo ayuda a la vez que golpeaba su espalda con
mis puños. Todos empezaron a reír, yo la que más.
Por el rabillo
del ojo vi movimiento, miré y allí pude ver a mi príncipe, mirando fijamente,
con los labios en forma de línea. Como cuando Quim me tocó esta mañana. ¿Estará celoso de nuevo? Eso espero, ahora puedo ver más claramente
sus expresiones, ahora puedo leerlas con más facilidad.
—Marcus,
suéltame –Le dije por millonésima vez. Pero esta vez no estaba riendo como las
otras. Así que me soltó, sonriéndome. Le sonreí, y me volví a girar hacia donde
se encontraba Erik, pero no vi a nadie. Se había ido. Si estaba celoso, ¿Por qué no ha hecho nada? A lo mejor no estaba tan
celoso como yo creía. Bueno, a ver si luego puedo hablar con él. Aunque no hay
nada que decir, Marcus simplemente estaba jugando, no puedo culparlo tampoco.
Espero que no sea posesivo.
Estuve mirando
como jugaban a ping-pong durante un buen rato hasta que llegó la hora de la
merienda, con la avalancha de niños. Los primeros en llegar fueron los del
campus de fútbol, claro. A ver cuando
llega su grupo, quiero volver a verlo.
Estaba
distraída dándoles a los niños su merienda cuando apareció, atravesándome con
la mirada. Sonreí al suelo, sin poder evitarlo y seguí con lo que estaba
haciendo.
Se colocó
delante de mí, con ojos suplicantes.
— ¿Quieres un
actimel? –Le pregunté, riéndome. Me sonrió, con esa sonrisa que me saca el
aliento y me acelera el corazón. Asintió y le di un bocata y un actimel. Se
sentó en el borde de la mesa de ping-pong, hablando con Quim. Iba mirándome
cada pocos segundos, haciendo aparecer una sonrisa en mi cara.
Cuando todos
los niños hubieron merendado, me senté a su lado. Él miró a Quim y éste se fue,
pillando la indirecta.
—Vale, vale.
Ya me voy –dijo él, levantando las manos, rindiéndose. Se fue soltando una
risita.
Nos pusimos a
reír. Erik estiró el brazo detrás de mí, para apoyarse en la mesa. Yo me moví
más cerca de él.
—A ver, cuéntame
sobre ti. Quiero saberlo todo –Me dijo él, mirándome fijamente. Podría perderme en esos ojos azules, sin
ningún problema.
— ¿Cómo qué?
–Pregunté expectante. Con una sonrisa cautelosa en la cara.
—Como… -Empezó
él, con mirada pensativa -¿Cómo eres? ¿Qué te gusta? Todo.
—A ver,
difícil. Soy reservada, aunque no lo parezca. Soy muy despistada y torpe, cosa
que has podido notar. Suelo pensar las cosas antes de decirlas, excepto cuando
estoy a tu alrededor, que me salen las palabras a borbotones. No se me dan bien
los deportes, pero sí mantener las amistades. Me gusta leer. No me gusta
preocupar a los demás, así que normalmente me guardo mis sentimientos para mí
–Sin darme cuenta, estaba abriéndome completamente a él. ¿Cómo puede ser tan fácil hablar con él? –Te toca –Añadí con una
sonrisa tímida.
—Me toca. Soy
tímido aunque no lo parezca. Yo también soy despistado, pero no torpe. Suelo
controlar mis movimientos, pensar lo que hago antes de hacerlo, excepto cuando
estoy a tu alrededor, no puedo evitar acercarme a ti. No me gusta leer, pero sí
mirar películas. Adoro jugar al fútbol, porque es un momento en el que no
pienso en nada más, solo estoy controlando lo que tengo y no tengo que hacer
–Confesó él, mirándome con una sonrisa, como si averiguar cosas sobre mí fuera
todo lo que él quisiera. Yo todo lo que
quiero es llegar a conocerle, saber si tengo alguna oportunidad. Espero que la
diferencia de edad no sea demasiado problema.
Estuvimos
hablando de todo, conociéndonos un poco más hasta que fue hora de irse. Cada vez que hablo con él, me gusta más. No
tengo remedio. Me está empezando a gustar mucho. Tengo miedo de que llegue a
sufrir de verdad.
—Mañana vamos
juntos a la excursión, así que hasta mañana –Me dijo, y entonces me dio un beso
en la mejilla. Donde sus labios tocaron mi piel, quemaba.
Yo me quedé petrificada
allí, embobada mirando hacia la nada, hasta que Raquel apareció de repente
delante de mí, con mi bolso en la mano.
—Eli, vámonos.
Eli, ¿Eli? –Repitió unas cuantas veces Raquel, para conseguir que yo
reaccionara. Cuando no me moví, se hartó y me arrastró.
Una vez en mi
casa, no paré de darle vueltas a la cabeza. No
puedo sacármelo de la cabeza. ¿Le gusto? Bueno, ya lo descubriré. ¿Qué me voy a
poner mañana? A lo mejor está bien mis pantalones de color lila, con las
sandalias blancas y la camiseta de los Rolling Stones blanca. Hecho, decidido.
¿Le digo algo mañana? ¿Le doy alguna pista? No, mejor no. Diría que ya he dado
suficientes pistas. Vamos a ver qué pasa mañana. Intentaré ir en el mismo
autobús que él.
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