El teléfono sonó de nuevo,
sobresaltándome. Estaba todo oscuro como una cueva excepto por una luz a mi
izquierda, en el suelo, al lado de la cama. ¿Desde
cuándo pongo el móvil en el suelo a mi izquierda? Desde nunca, espera, esta
habitación no me suena de nada. ¿Dónde estoy? El móvil volvió a sonar,
haciéndome saltar de nuevo.
— Contéstale, no ha parado de
llamar desde el viernes. Va a aparecer por aquí al final, porque estoy segura
de que habrá aparecido por tu casa – Dijo una voz dormida, a mi lado. Me giré
de repente y vi a Raquel frotarse los ojos. Espera,
¿Raquel? Me quedé pensando durante unos segundos y entonces me acordé. Lerda, apareció el viernes, me quedé a
dormir en casa de Raquel para evitar que Erik apareciera por mi casa. Sé que no
es muy inteligente evitar a Erik de esta manera, pero ahora mismo no puedo
enfrentarlo sin soltarle el porqué de la desaparición de Lerda. Sé que le va a
doler, sé que necesitará hablar con ella para cerrar todo el asunto. Y no
quiero que la vea, porque es una arpía. No se lo merece, no merece ni que Erik
le dirija una mirada. Sé que no es justo lo que estoy pensando, pero no quiero
que la vea. Sin embargo, sé que cuando se lo cuente hará lo que yo quiera que
haga, y eso es lo que me da más rabia. Sé que si le digo que no vaya, no irá.
Pero también sé que eso es totalmente injusto y tengo que ser consecuente con
las personas que quiero. Y si de verdad confío en Erik, entonces no debería
preocuparme. Pero de eso ya se han ocupado mis dudas y complejos, de asegurarme
de dejar un mar de inseguridades al descubierto.
— ¿Quieres coger el teléfono de una
vez? ¡O lo haré yo! Son las 4 de la mañana, por el amor de dios… – Gritó Raquel,
exasperada. Esa vez, no había oído a mi teléfono sonar otra vez, estaba
completamente perdida en mi mundo pensando qué debería hacer. Como me había
pasado el fin de semana entero. Era domingo madrugada, técnicamente era lunes.
Miré a mi teléfono y suspiré al ver que era mi madre.
— ¿Si? – Contesté como siempre aun
sabiendo quién era. No tenía la voz de dormida que tenía Raquel, me había
despejado completamente. Mierda, eso
significa que no voy a poder volver a dormirme. Me levanté y salí de la
habitación. Bajé las escaleras mientras tapaba el teléfono, ya que mi madre
estaba chillando como una histérica.
– ¿Mamá? ¿Qué ocurre? – Susurré
alarmada, intentando no despertar a nadie de la casa.
— Tu maldito novio está histérico.
Está aquí y no piensa irse hasta que sepa dónde estás y por qué lo estás
evitando. Así que te sugiero que te pongas al teléfono y le indiques cómo ir a
casa de Raquel, porque no pienso aguantarle ni un minuto más – Y con eso,
colgó. Me quedé boquiabierta, mirando fijamente el teléfono. ¿Qué acaba de pasar? ¿Erik está en mi casa? ¿Está
mal pensar lo rematadamente romántico que es eso? Al cabo de un minuto, mi
teléfono volvió a sonar. Erik.
— Sube por la carretera principal,
a la segunda a la derecha y en la curva del pueblo te paras, bajo en cinco
minutos – Contesté, sin dejarlo hablar. Colgué al acabar la frase, suspirando. Ahí voy, y yo pensaba que me quedaban unas
horas para enfrentarme a él. Que equivocada estaba.
Corrí hacia la habitación de Raquel
y la encontré sentada, mirando hacia la pared con expresión dormida. No pude
evitar soltar una risa. Me miró sorprendida y se le encendieron los ojos con
curiosidad.
— ¿Qué pasa? ¿Qué es tanto
alboroto? – Susurró intentando sonar demandante pero sonó más desesperada de lo
que le hubiera gustado, eso seguro. Le sonreí mientras me sentaba en la cama a
su lado.
— Erik ha montado una escena en mi
casa, mi madre está histérica. Me ha hecho contestarle el teléfono para
indicarle dónde estoy – Suspiré y miré hacia el suelo sabiendo que mi cara
debía estar de un tono mortalmente rojizo. Cuando levanté la mirada, extrañada
al no oír ni siquiera una risa por parte de Raquel, vi que se había quedado con
la misma cara que yo al enterarme, totalmente boquiabierta – Vaya un novio me
he buscado, no puedo ocultarle nada – Suspiré de nuevo, levantándome y
caminando alrededor de la cama para recoger mis cosas y vestirme.
— Tienes que entenderlo, también.
Eres muy extremista. De repente estás todo el día encima de él y horas después
te niegas a hablarle. Añadiendo las constantes llamadas cortadas durante el fin
de semana entero. No eres lo que yo llamaría sutil – Contestó, completamente
despierta. Me tapé la cara con las manos, respirando profundamente intentando
calmarme.
— Siento haberte despertado, espero
que puedas volver a dormir, yo me tengo que ir. Conociéndolo, estará allí
esperando como un pitbull – Dije demasiado alto porque Raquel me miró alarmada.
Asentí sin decir nada, me vestí tan rápido que estaba segura de que tenía la
camiseta y el sujetador del revés. Pero me dio igual, tenía que enfrentarme a
él y cuanto antes mejor. Parece que vaya
a la guerra. Me reí sola, mientras abría la puerta principal con el menor
ruido posible.
El aire fresco fue un choque
agradable contra mi cálida piel expuesta. No quería enfrentarme a un novio
enfadado, pero tampoco soportaba pasar un minuto más sin hablarle. Lo necesito de nuevo, necesito ese calor que
siento en el pecho cada vez que me toca o me mira con esos ojos enormemente
azules de cachorrito inofensivo. Bajé corriendo la calle dirección a la
curva del pueblo. Antes de que llegara a la curva, ya me había visto. Estaba
apoyado en el capó del coche, con los labios dibujando una línea. Ups, está enfadado. Supongo que me lo
merezco. Me miró de arriba abajo, como si le costara reconocerme. Dejé de
correr y miré hacia otra parte sin querer enfrentar su mirada gélida. Estaba a
unos 5 metros de donde se encontraba él.
— ¿Pero qué demonios te pasa? – Preguntó,
demasiado fuerte. Por un segundo tuve miedo de despertar a los vecinos, pero
entonces me di cuenta de que realmente me daba lo mismo. Como no me moví, en 5
zancadas, estaba delante de mí. Mi pecho subía y bajaba rápidamente, a compás
del suyo que estaba apenas a un centímetro del mío. Me costaba respirar de lo
cerca que estábamos y de lo poco que deseaba pelarme con él. Me miraba
intensamente, como si batiera una lucha interna – No me vuelvas a hacer algo
así. Ahora entiendo cómo te sentiste cuando desaparecí porque tenía dudas. Lo
llevaste mejor de lo que lo estoy llevando yo, tengo que admitirlo. Pero, NO
VUELVAS A HUIR DE MÍ – Empezó a gritar, y en la última palabra se le quebró la
voz, quedando solamente un susurro.
Levanté la mirada hacia él, y un
escalofrío recorrió mi cuerpo. Notaba la electricidad pasar a través de
nuestros cuerpos. No sé cuánto tiempo voy
a aguantar sin besarle. Ante ese pensamiento, no pude evitar mirar
directamente sus labios. Me mordí el labio intentando frenar mis impulsos. Pero
fui la única en conseguirlo.
Porque de repente me besó, con toda
la pasión y las ganas retenidas por el tiempo que habíamos pasado separados. Apenas dos días, pero parecía una eternidad.
Al principio, sus labios eran fieros y urgentes contra los míos, pero luego se
convirtió en un beso dulce y lleno de preocupación. Nuestros cuerpos se unieron
como si fueran dos imanes y no pudieran evitar la atracción. Me rodeó con los
brazos, atrayéndome aún más contra él y yo le envolví el cuello con mis brazos
y le devolví el beso con toda la necesidad que tenía de él. Nos pasamos besándonos
hasta que el sol salió, calentándonos las cabezas. Ni siquiera vimos el
amanecer, estábamos demasiado perdidos entre os labios del otro. Estábamos bajo
un hechizo.
— Conseguid una habitación.
No os comáis en medio de la calle, es asqueroso – Gritó Raquel desde su
ventana, sacándonos de nuestro mundo. Dejamos de besarnos para mirarla y
reírnos. Pero no nos separamos ni un centímetro. Cuando le hube sacado la
lengua a Raquel y enviado una mirada asesina, me volví a girar hacia él y rocé
mi nariz con la suya consiguiendo que cerrara los ojos. Cogí aire.
— Lo siento, tuve
un ataque de celos y de dudas. No pude evitarlo después de… – Me paré a media
frase, aún sin saber cómo abarcar el tema de Lerda. Sé que se llama Leila, pero me niego a llamarla por su nombre, no se
merece ni eso por mi parte. Me miró comprensivo y besó la punta de mi
nariz, haciéndome reír.
— Lo sé, sé que
hablaste con Leila. Lo vi, yo fui quien te llamó justo al acabar la
conversación. No me lo cogiste y llamaste a Raquel. Pensé en darte tiempo pero
luego no cogías mis llamadas, así que me planté en tu casa esta madrugada.
Seguro que tu madre se está pensando lo de dejarte estar conmigo, ¿Verdad? –
Habló muy rápido, avergonzado por su confesión de escuchar a escondidas. Lo miré
sorprendida pero divertida.
— No te preocupes
por mi madre, seguro que encontró romántico que aparecieras en mi casa en plena
noche buscándome. Yo lo encuentro de película, y me encanta. Pero, si viste
toda la conversación… Sabes qué pasó con Leila. Sabes por qué te dejó. ¿No
estás enfadado con ella? – Pregunté, cautelosa. Si ya lo sabe, no tiene que hablar con ella. Lo miré tranquila,
pero realmente estaba saltando en mi interior con alivio.
— Ni me inmuté,
estaba demasiado embobado mirando a mi novia sacar unas y dientes para
defenderme. Era una escena digna de ver, suerte que no me la perdí. Sé que no
quieres que hable con ella, pero necesito hacerlo. Tengo que arreglar esto,
necesito decirle que no quiero estar con ella. No puede seguir persiguiéndome,
tiene que quedarle claro que tengo a otra persona en la cabeza, y en el
corazón, y en el móvil, y en todas partes. No voy a caer de nuevo, lo hice una
vez y me sirvió de aprendizaje para toda mi vida. Me da igual lo que haga con
su vida, mientras no interfiera en la mía – Sonrió mientras cogía mi mano y
entrelazaba nuestros dedos. El alivio que sentía al pensar que no tenía que
hablar con ella de nuevo se fue, pero no completamente. Sus palabras me
derritieron, desde la primera hasta la última célula de mi cuerpo completamente
enamorado.